Manuales, métodos y regresos

Monday, October 16, 2006

Manuales, métodos y regresos.

Foto: Cristina Saldarriaga



Pagina principal de Manuales, métodos y regresos. Libro de Juan Camilo Rincón y Jaime Henríquez Fattoni, escrito en agosto del 2006. Se trata de una historia en prosa y verso, sobre los últimos meses de Juan (personaje principal) después de perder a la mujer de su vida. Paralelamente a estos hechos Jaime contará a su forma lo cometido en este lapso . Algunos apartes del libro.

1 parte, Manual prosaico de la lucidez. 2 capitulo, Señoritas.

IV

Ella dejó de hablar de eso. El silencio formal que los dos compartían de esa noche, les permitía verse cada cierto tiempo. Su llamada es tan inesperada como necesaria, pero siempre diez minutos después de sentarse a tomar un café, podría hacerle sentir lo que la extrañaba.

Con voz de mando le puso una cita en la casa de él. Juan no sabía cómo poseerla, cada vez que se encontraban le recordaba lo que no tiene para pagar por alguien.

Al abrir la puerta Cristina le preguntó:

–¿Ya tiene el mate listo?

Su impaciencia descontrolaba a Juan ya que no quería que su presencia fuera corta. –No se preocupe, lea esto. En las noches anteriores Juan llenaba la ausencia de María escribiendo palabras de amor, para entregárselas cuando ella volviera. De un libro de Juan Gelman sacó unas hojas escritas a mano, se las dio. Ella las dejo encima de la mesa y prendió un cigarrillo. Porque sabía que tanto el sexo como los cuentos de Juan necesitaban un preludio.
–¿Has visto a María?
–Las mismas veces que tu has visto a Jaime.– Le respondió levantando la tetera.

Cezzane envidió en su tumba esta imagen de oscura densidad. Sólo el silencio pudo detener esa respuesta que le hacía daño a los dos, cada uno a su manera. Ella soltó su dolor con el humo y él, llenando el mate, regó su tristeza.

Cristina llevaba más tiempo viviendo en días grises. La relación con Jaime terminó mal, como terminan todas nuestras relaciones. Pero ellos (Cristina y Juan) hacían que el adiós fuera un entierro prolongado y tortuoso. Ya que se entregaban de tal forma que espantaban a cualquiera. Los mates mojaron las preguntas de salón. El preámbulo para los escritos se fue desmenuzando en la ausencia del apoyo que nunca se darán. –Vengo armada del agujero negro. Aquel regalo de Jaime que en sus hojas se tragaba el universo. Desenfundó de su mochila el cuadernito, liberó sus palabras deslizando el caucho que las envolvía, separó con sus dedos aquellos espacios infinitos, y apuntó.
–Lea este cuento mientras yo leo los suyos.

«Cerró los ojos, en su mente pasaban una tras otra las imágenes de esa noche, un color oscuro, unas persianas entreabiertas, lluvia, olor a cigarrillo, él, un sentimiento extraño como un leve mareo, unos músculos bien formados, unas sábanas que pronto estarían húmedas y música. Respiró hondo y fuerte, como si se ahogara y se dispuso a dejar volar su imaginación. Empezó delineando su rostro con sus dedos, lentamente, suave, con mucha ternura y un poco de picardía, se aprendió de memoria sus cejas, su nariz, sus ojos, esos ojos, su frente, los labios que tanto ansiaba besar y que con cada palabra que liberaban generaban algo parecido a un vacío inmenso pero placentero en la boca del estomago... de esos que obligan un suspiro, luego, pasó por su cuello, sus hombros, su espalda, su pecho, su abdomen, se detuvo unos segundos en su ombligo y siguió mientras que él agitaba su respiración... »

Cada palabra lo hacía compadecerla tanto como se compadecía a sí mismo. El duelo literario para demostrar quien sufría más por amor, tan sólo dejó cientos de cadáveres descompuestos en la sala de Juan. Mientras la noche caía, llena de luces, en la Bogotá que algún día se llevó su felicidad.

2 parte, Método poético para la locura, 3 capitulo, Juan pierde las manos y jaime, conmovido, recuerda las pieles que las suyas tocaron.

NO TE TENGO

“No hay siglo nuevo ni luz reciente.
Sólo un caballo azul y una madrugada.”
—Federico


Busco un rastro de tus almas desgarradas,
y qué hambre de sudores soñolientos:
sé que en algún lado están tus tinieblas de retrato.

La luz del rostro es aire de besos para mí.
Tu piel con flor, tu piel de caucho blanco,
tu piel de resistencia y de recuento.

Te busco a ti en este miedo que me habita,
en imágenes y rostros de las lunas ventaneras,
de mis lunas con otras que, del éter,
descansaban en mi lecho.

Nadie lo sabe, pero yo he hecho el amor
con la espuma del mar Egeo.

He besado la piel y las manos
y las piernas largas que me abrazaban.

He visto la forma de la tragedia,
el método exacto para destruir una flor
y he sido contactado por una voz ahogada
de tanta tierra que la cubría.
He recogido, en mis brazos, cuerpos
enteros que puedo abarcar y reclamar
y que podía abrazar, tantear,
mirar en cuanto luz de tierra nueva.

Por mis ojos pasaron, alguna vez,
crudelísimos recuerdos de pasos blancos,
y caderas blancas, senos blancos,
y una agitado vientre
que vibraba con la voz blanca y argentada.

Pasaron, además, madrugadas
con Venus al oriente,
con pedacitos de Venus a mi lado,
y grandes llanos cubiertos en rocío
y nosotros cubiertos en silencio
y amándonos como cristales
entre tanto turco invisible.

En esos tiempos sólo yo cruzaba
tus parpados, cerrados desde siempre.
Sólo yo alucinaba contigo
entre aguas y ríos de vapor.
En ese entonces mi lecho era
nuestro hogar por completo ausente y muerto.

Y yo te besaba, como siempre lo hago,
y me sumergía en ti,
y tú en mí,
y éramos un solo desenfreno
aturdido por tantos golpes de realidad
que recibíamos en cada mundo,
en cada vidrio que nos aislaba
en toda calle que terminaba lluviosa y gris,
enramada en una Bogotá
de llanto frío y dulce.

Ya no sé si la distancia es un veneno,
si la maldad es sueño, o soledad,
si los recuerdos llaman por dolor o por ternura.
Ya no sé si hay suavidad en las bienvenidas
o en el tiempo entero de nuestro mundo nuevo.

El árbol de antaño es una imagen más que se va opacando,
tú, un vació más que me va soltando.

1 parte, manual prosaico de la lucidez. 1 capitulo, Señoritas.

IV

Las plumas llenas de barro ensuciaron la entrada del apartamento de Jaime.

- ¡AH! Ahora me va a tocar barrer, ¿Por qué se le están cayendo?
- Porque estas grandes alas ya no protegen a nadie.
- No, no. Me da raye limpiar ahorita. Además con esos dos prontuarios que no le sirven para volar va a terminar por romperme algo. Vamos por un café.

Caminamos hasta el parque del Chicó. Hoy no es bueno desayunar con café, - Déme una cerveza por favor.

- ¿Como está tu vida?
Juan responde prendiendo un cigarrillo. – Sobreviviendo, ¿y tu, sales?
- No, edito.
- ¿Masculino o femenino?
- Ese hijueputa es medio ambiguo. Soluciones estilo Man Ray para no discutir el tema prohibido.
- ¿Respiran?
Jaime Responde. –No, (haciéndolo saltar a la mesa) aquí los únicos que respiran son las sílfides y las ninfas.
-Y Miles Davis.
- Sí. Y Miles Davis.

Y sin embargo, al abrir el libro Juan sintió un vago aliento que se escapaba de él. Dicha acción pulmonar fue fácilmente reconocida pues la había sentido días antes en sus alas, que se estaban volviendo ramas cartilagosas con una que otra desgracia blanca colgada. El texto se titulaba Método poético para la locura. Era un conjunto de poemas paralelos cronológicamente a la obsesión de Juan por la literatura de María.

El occiso leyó los versos esperando identificarse, con la penumbra, con el sueño. Pero lo que reconoció fue otra sombra de Juan; un moreno, bien parecido y lleno de camisas a rayas. Él rió por la buena estima que sufría de su acompañante. Quien a su vez se molestó un poco por la impertinencia de Juan, cuyo hueco en el estomago mostraba como caía la cerveza a sus entrañas.

- Tápese esa desnudez, ya la gente nos está mirando raro.
Avergonzado, Juan se pone el saco.
- Por cierto, ¿Por qué lo tienes?
- No sé. Creo que María ya olvidó que esta es la hora en que suelo almorzar.

La intromisión de Juan en los versos le permitió a Jaime seguir jugando con el piano imaginario que tenía sobre la mesa. Él quería que lo leyera. Siempre esperaba una sonrisa de Juan al final de cada hoja para sentirse más tranquilo.

Necesito repetirlo varias veces, hay frases que le cuesta comprender a mi alma. Es su forma de golpearme en lo único suave y libre de callosidades. Nunca me lo dirá de frente. Nunca será capaz de juzgarme porque no me puedo parar de la cama, cuando lo defraudo por ese cansancio que me hace pedir perdón y ayuda. Cuando soy tan humano que mi cabeza se estrella contra el pito del carro que no tuvo la fuerza de atropellarme.

“Y Juan queriendo el camino de María,
perdiendo, sin saber,
las manos con que la escribió.”

Una más y me tiro a la Séptima. Y cerró el libro.
-Lo termino después, en un lugar sin tránsito.

-En estos días, mientras editaba, estuve recogiendo señales.
Juan, sintiendo una presión en su estomago vacío, lo miró desconcertado.
-¿A qué te refieres?
-Cuando necesitaba un aire salía a la terraza. Vi señales de humo evadiendo los edificios de Chapinero. Las fui recogiendo una a una, pero la vaguedad que crea el humo no fue suficiente para saciar mi curiosidad. Entonces completé la imagen con líneas hechas en el aire por la brasa de un cigarrillo, creo que el mismo de donde venía el humo, y con pedazos de hojas secas que fui recogiendo en los parques por donde otros han caminado. La sentencia fue esta.

Dejó sobre la mesa una pequeña reproducción en rojos y marrones de Las Señoritas de Avignon. Juan, al reconocerla, sacó de su carpeta un librito de reproducciones de Picasso.
-¿Por esto me hiciste caminar noventa cuadras? Mostrándole la pagina de Las Señoritas en silueta sin sus colores originales.

Jaime se sorprendió por no entender, y se escudo en palabras fuertes por el agravio.

- Esto no significa nada para mí.

Juan no tuvo la fuerza para explicárselo y el silencio continuó cruzado de piernas sobre los cafés. El último cigarrillo fue la excusa perfecta para que cada uno se fuera a su casa.


2 parte, Método poético para la locura. 5 capitulo Juan ha sido olvidado.


Juan ha sido olvidado.
Juan se olvido a sí mismo.
En su memoria se dio paso
a las mas nítidas canciones,
pero su voz de mando
guarda tu vestido y ve al cuarto
murió.

Juan ha sido lanzado al aire
donde respira asfixiado
en las escaleras de Rosales,
y un rostro sin boca, sin ojos, sin nariz
lo atormenta sin sentido, cuando cae la oscuridad.

Porque Juan olvidó.
Las tenues sogas que amarraban
su cuerpo y su alma a las calles y los cafés,
(que lo concentraban duramente en el frío de Bogotá)
con un paso rítmico y alargado,
han ido quedando atrás.
Y ahora vuela en la paradoja, triste y milenaria,
de la inconsciente tranquilidad.

Desde mi encierro, que es decir, desde mi hogar,
conocí la estela que Juan iba dejando en su peregrinar.
Conocí las luces que lanzaba
como naufragio sediento en la ciudad,
y las alas que le pesaban
como dos gruesas ramas de roble invernal.
Conocí los agujeros de su espíritu,
tan de su espíritu,
que hasta la luz del sol
los sabía atravesar.

Pero ahora Juan camina
con pensamientos manejados por el azar,
o colorea distraído sus Señoritas,
levemente importunado
por la vaga y lejana evocación,
de alguna opacada deidad.

1 parte, Manual prosaico de la lucidez, 2 capitulo ahi va Juan.

V

Pero tu libido se enfría al ver entrar a la mujer al baño y te molestas porque ella se toma su tiempo y tú quieres hacerle el amor ya, como un caníbal. No entiende que se te está acabando la paciencia de seguir ese juego estúpido que va a terminar en el mismo sitio y destapas otra cerveza. Te das cuenta que te tiene que prender otra vez y te da más rabia y quieres levantarte de la cama. Mientras suena detrás de la puerta el inodoro comienzas a sentirte sucio y desesperado y piensas que si te vas de ahí antes de que ella salga, el dinero del motel no será una gran perdida, y tiras los condones, pero ella te ataja a tiempo, se ríe de ti y vos, sabiendo que es una posibilidad única, no le volteas la cara de un golpe. Te dejas besar y te dices a ti mismo “sos una putita”, pero que hacemos si esta necesidad es muy macha y llevo solo mucho tiempo.

Te dejas acariciar tu entrepierna pero te incomoda, le pones la sábana encima para no verla desnuda y odias a María porque siempre te mortifica. Te sientes que estás dañando años de relación y que sos un hijueputa, no con la dama que le intentas hacer el amor y no te importa, sino que te sientes mal por la mujer que te dejó hace ya tantas letras. Pero paras un momento la discusión mental por la mordida torpe y te ríes como si te gustará, gran error porque ahora no sólo es el cuello sino también tu pecho. La besas para detener la masacre del deseo que estaba propinando tu acompañante, pero no la miras, no quieres hacerlo. No soportarías verla desnuda, porque eso te llevaría a recordar a María tan confiada de sí misma caminando por la casa y mostrándote su cuerpo, asechándote con esa confianza animal que te hacía sentir que era bello el amor y de súbito improviso sus pudores.

¡Sorpresa¡ Ya recordaste y puteas mentalmente y detienes a la mujer dejándola debajo tuyo, introduciéndote en ella mientras aceptas su mentira de gemidos y sonrisas. Presionas la velocidad del contoneo para que la tortura se acabe más rápido, y su aliento te molesta y te sentís más puta, más bestia, como ese hombre débil que no es capaz de controlar sus deseos y se vende por nada. Ella abre la boca de placer y te pregunta si te gusta, le besas la mejilla para que no se desmoralice, para que no te odie más de lo que te va a odiar en una semana cuando no aparezcas.

Con una presión fuerte sentenciás la corrida y vos entrás al baño para quitarte lo pegachento con una ducha de agua caliente, rogando que esté ya vestida. Pero no, te esta esperando. Te acuestas, prendes un cigarrillo y ella se sube a tu pecho y vos añorás tener la cama de Oliverio, quien al presionar un botón en la mesita de noche se deshacía de sus acompañantes. Poeta con suerte, murmuras para respirar. Con el tacto de los pies encuentras tus bóxers y te los pones para alejarte de ella, luego la camisa y aguardas en silencio.
Ella intenta besarte varias veces, lo haces sin mucho placer pero sin ofenderla. Tu sentimiento no es satisfacción, sino una tristeza sucia que llena tus ojos de agua de mar. La dama se cubre con su ropa mientras te da la espalda en la cama.
– Te llamo mañana. – No, mañana voy a estar ocupado. Déjame tu teléfono y prometo llamarte en estos días.

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